lunes, 13 de agosto de 2018

ABUELA

A las malas y de un momento a otro me di cuenta que era diferente. Algunos lo llaman don, yo lo llamo una maldición a la que me ha tocado acostumbrarme.

Mi primera y horrorosa experiencia ocurrió cuando tenía 10 años. Marta se llamaba mi abuela y a sus 92 vivía postrada en una cama padeciendo de un cáncer de estómago terminal que rápidamente se la llevó a la tumba. Su rutina todas las madrugadas al terminar el efecto de sus medicinas era levantarnos a gritos y quejidos que sonaban como si su garganta se estuviera rasgando producto del dolor. El llanto y los lamentos eran la melodía que día a día nos acompañaba funcionando como un despertador. Mi madre estaba agotada y mi padre vivía de los nervios, peleaban continuamente pues ya llevaban dos meses en aquella rutina y resultaba agotador.

En los últimos días del tercer mes la abuela finalmente murió a las 3:33 am luego de una convulsión. Mi madre estaba devastada, la mirada de mi padre revelaba tristeza y un cierto descanso pues al fin todo volvería a la normalidad.

Al día siguiente en horas de la tarde se realizó el sepelio, asistieron aproximadamente unas 30 personas incluyendo mi madre, mi padre y yo. Todo parecía normal hasta que comencé a sentir un frío extraño en mi omóplato izquierdo que se expandía hasta la cintura; segundos después sentí como una mano fría y escuálida tocaba mi hombro. Al girar vi el rostro de mi abuela mirando fijamente hacia su ataúd mientras era descendido hacia la fosa. Entré en confusión, si la abuela estaba a mi lado entonces ¿A quién estábamos enterrando?

En ese instante mientras estaba perpleja y confundida, la abuela giró su rostro y comenzó a hacer aquel quejido horrendo de todas las noches cada vez más fuerte y cerca. Confieso que a pesar que amaba mucho a mi abuela sentí tanto miedo que abracé a mi madre con tanta fuerza, que se hubiera podido partir en dos.

—Tranquila mi amor, ella ahora descansa en paz y estará siempre a tu lado cuidándote. —Aunque mi madre no lo sabía, eso era lo último que quería escuchar.

Al llegar a casa el ambiente era lúgubre; aún me preguntaba por qué la abuela estaba a mi lado si se suponía estábamos en su funeral. «¿Y si la abuela no murió? ¿Si el ataúd estaba vacío o había otra persona allí dentro?... No, pues de ser así las otras personas la habrían visto.»

Al caer la noche había olvidado casi por completo el suceso, la cena fue insípida y en la casa había un silencio estremecedor. Ahora el único llanto que se escuchaba era el de mi madre que estaba desconsolada mientras mi padre en silencio la abrazaba cariñosamente. Luego todos nos fuimos a dormir.

***

Una sensación extraña me despertó a las 3:33 am, todo estaba en silencio, oscuro y frío; de mi boca salía humo como si la habitación de un momento a otro se hubiera convertido en un congelador. Me envolví en las cobijas tratando de abrigarme cuando escuché unos pasos fuera de mi habitación que parecían acercarse como si arrastraran los pies débilmente. Vi una sombra debajo de la puerta que duró allí inmóvil unos minutos; al principio pensé que quizá era mamá, luego recordé el suceso del cementerio y sentí escalofríos.

En todo ese tiempo no había despegado los ojos de la puerta cuando una cabeza la traspasó como si se estuviera asomando por una ventana. Era la cabeza de mi abuela haciendo ese quejido espantoso mientras su cuerpo estaba parado al otro lado de la puerta. Vi como sus ojos blancos me absorbían mientras balbuceaba algo que no pude comprender. Un grito de pánico salió desde lo más profundo de mí y estoy segura que pude haber levantado el vecindario completo; mis padres en cuestión de segundos llegaron a mi habitación con el corazón en la boca y me abrazaron. Les conté lo sucedido, pero como es normal no me creyeron.

—Sólo fue una pesadilla mi amor, todo está bien —Dijo mi madre con ternura.
Mis padres no comprendían, pero aun así me permitieron dormir con ellos las horas que quedaban hasta el amanecer.

Tres madrugadas siguientes volví a despertar a la misma hora. Todo estaba nuevamente en silencio, oscuro y frío. Miré con los nervios de punta la puerta, pero no había nada, tampoco se escuchaba ruido alguno, ni el aleteo de una mosca. Finalmente, cuando ya me había calmado y estaba por quedarme dormida sentí que algo tocaba suavemente la ventana de mi habitación que quedaba en un segundo piso y daba hacia el patio trasero de la casa. No vi nada, por lo que pensé que quizá era un insecto e intenté relajarme. Segundos después escuché de nuevo el mismo sonido, más fuerte y pausado; levanté mi rostro y sentí un escalofrío por todo mi cuerpo al ver a la abuela flotando al otro lado de la ventana mirándome fijamente. Me tapé el rostro con las manos mientras repetía una y otra vez: «No eres real, no eres real.»

El sonido cesó y deseé que todo hubiera terminado, quería creer que era parte de mi imaginación. Miré nuevamente desde un espacio de mis dedos y al ver que la ventana estaba vacía me descubrí el rostro completamente. Jamás imaginé que lo peor estaba por suceder; la abuela estaba sentada a mi lado mirándome fijamente, sus ojos que anteriormente eran blancos, ahora parecían dos burbujas de sangre a punto de reventar. No me dio oportunidad de gritar cuando con sus esqueléticos y álgidos dedos al tocar mi frente me paralizaron completamente. La abuela se inclinó sobre la cama y comenzó a deslizarse boca abajo como una babosa hasta posarse sobre mí; su peso me dificultaba respirar, a parte que su aliento olía a tierra húmeda y resultaba molesto. Sólo quería gritar, pero estaba completamente inmóvil.

Su rostro estaba tan cerca que podía escuchar su respiración; de sus ojos comenzaron a rodar lágrimas de sangre que caían sobre mis labios, en mi frente, en mis mejillas, en todos lados; era un líquido caliente y en parte espeso cada vez más abundante. Luego abrió la boca y el olor a tierra húmeda se hizo más fuerte. De ella comenzaron a salir una gran cantidad de insectos que caían sobre mí y caminaban por todo mi cuerpo, cucarachas se metían por mi nariz, por mi boca, por mis orejas, las larvas caminaban por mis mejillas y gran cantidad de hormigas enormes me picaban por todos lados, sentía como arrancaban trozos de mi piel. Mi estómago comenzó a hincharse tanto que sentía que iba a explotar, el dolor era insoportable. Vi cómo mi cuerpo comenzaba a podrirse por partes, gran cantidad de gusanos salían de mis entrañas y el ambiente se tornaba cada vez más nauseabundo.

En un parpadeo los insectos se habían ido, mi cuerpo estaba intacto, pero aún seguía inmóvil. La abuela comenzó a arrastrarse hacia el otro extremo de la cama, descendió y en reversa se arrastró hacia el baño traspasando la puerta mientras hacía un chirrido molesto con sus dientes como si se estuvieran quebrando. Al fin pude moverme y comencé a llorar mientras temblaba descontroladamente, luego vomité del asco.

Actualmente, luego de 13 años de ese suceso traumático la abuela me ha seguido visitando algunas madrugadas, siempre a la hora de su muerte. Ya no se acerca a mí, sólo me vigila desde una distancia prudente. He intentado muchas veces acostumbrarme a ella, pero es imposible. Intenté sin suerte alguna, cuantiosas veces esconderme o escapar, con tal desgracia que siempre llegaba a donde quiera que fuera. Ahora, tan sólo me quedo en mi cama intentando relajarme mientras la abuela me observa desde una esquina hasta el amanecer.

—Milen Sanmiguel (Lia Sanm).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario